Nuestros amigos del Club de Lectura no se toman vacaciones y se reunirán este miércoles, día 8, a las 20.00 horas, para dialogar en torno al cuento Un artista del hambre, de Franz Kafka, cuya presentación correrá a cargo de Belén Lorenzo. Como saben, las sesiones del Club son abiertas a cualquier amante de la literatura. Y aquí están las conclusiones del anterior encuentro, escritas por Jorge Plaja:
La soledad del corredor de fondo.
Alan Sillitoe |
Este es el título de la novela que comentamos en nuestra última tertulia. Una nueva oportunidad para replantearnos qué es el realismo; tema al que volvemos una y otra vez en nuestras lecturas. Hay quien piensa que toda obra literaria es un intento de copiar la realidad, que lo que realmente cambia es cómo cada escritor copia esa realidad única. Desde que empezamos nuestras tertulias, hemos visto ya unos cuantos ejemplos de diferentes formas de realismo. Desde el que propiamente se llama así, el de La dama del perrito, de Anton Chéjov; pasando por el realismo mágico de Continuidad de los parques, de Julio Cortázar; el realismo mínimo, de Ernest Hemingway; el sucio, de Carver; hasta llegar hoy al realismo social de La soledad del corredor de fondo.
La aproximación literaria a la realidad es problemática. Al escritor no le cuesta tanto si mira desde la cómoda distancia del narrador omnisciente cualquier cosa sin vida, como una mesa. Pero cuando quiere acercarse, cuando por ejemplo intenta expresar con palabras el leguaje mismo, fracasa estrepitosamente. Como cuando Sillitoe, el escritor de la novela que comentamos, quiere trasladar al lenguaje literario el pensamiento de un adolescente iletrado. Leamos el siguiente fragmento de su novela: Yo no pensaba en nada, como de costumbre, porque nunca pienso cuando estoy ocupado, cuando vacío tuberías, afano sacos, salto cerraduras o levanto pestillos, obligando a mis descarnadas manos y a mis piernas tan flacas a moverse un poco, casi sin notar que mis pulmones tragan el aire y luego lo sueltan, iffff-fuuuu, ni darme cuenta de si tengo la boca cerrada y los dientes apretados, o de si está abierta, si tengo hambre, o me pica la miseria, de si tengo el hocico abierto y suelto tacos y escupo a la niebla de última hora de la noche. Por mucho que el escritor lo intente, no logra convencernos de que su protagonista es un recluso iletrado, cuando se expresa tan bien.
En fin, para acabar este breve comentario, transcribimos el relato de un preso real (un preso que por cierto, con todas sus limitaciones, escribe bastante bien); para que cada cual compare y vea si hay o no hay diferencia entre literatura y vida.
¿Cómo se puede sentir un jodido preso? Digo “Jodido” porque la verdad es que esto es realmente una cabronada de mucho cuidado y no porque te jodan mucho, sino por cómo te joden. Si dijéramos que nos hacen trabajar con un pico y una pala, tenía un pase, porque lo único que oiríamos sería: tin-tan-cham-pum-, pero lo que hay que oír aquí es una verdadera pasada, ni que fuéramos niños del tercer mundo, que nos dicen arroz y nos cagamos de hambre. Lo que más me jode particularmente es que me quieran ofrecer un caramelo, sabiendo que no tengo dientes y la lengua llena de llagas, me gusta más que me digan que me joda por cómo tengo la lengua y la boca. Es que cuando uno se siente con ganas de luchar por lo de uno, le quitan las armas con las que uno lucha y cuando uno no tiene ganas de luchar por nada, te dan una metralleta para que te pegues un tiro y si no la coges te pegan un tiro en los cojones ellos mismos.
Lo que quiero decir con todo esto, es que no es justo que hagas lo que hagas eres peor que lo que ellos cagan y que seas lo que seas, vas a seguir siendo para ellos una mierda. Pero no me preocupa esto para nada, porque al fin y al cabo me puedo valorar yo mismo, lo que ellos no me valoran. Lo que yo recomiendo para salir para adelante es: Una de valor, otra de huevos, otra de buen humor para ganar en este juego.
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