La última charla del Club de Lectura fue muy emotiva, porque celebramos nuestro primer aniversario. ¡Sí, llevamos ya un año funcionando! Y, aunque no pudimos competir en aforo con el pirata Sir Francis Drake (había un interesante documental sobre él en el vecino Teatro Circo de Marte), la verdad es que una vez más tuvimos una agradable velada.
Como muestra de un posible análisis, válido como tantos otros, tomamos el cuento Un día perfecto para el pez plátano, de Salinger, como un objeto, como un reloj, y empezamos a desmontarlo para ver qué recursos, qué herramientas, qué trucos había utilizado el escritor-mago-relojero para emocionarnos. Miramos con lupa el título y, sobre todo, la primera frase: “En el hotel había noventa y siete agentes de publicidad neoyorquinos”. ¿Qué función cumple precisar tanto la cifra? ¿Por qué noventa y siete, y no por ejemplo noventa y seis, o noventa y ocho? Si cualquiera contara la historia, jamás empezaría así. Diría, por ejemplo: “en vacaciones, estuve en un hotel que estaba lleno hasta los topes”, etc. Pero Salinger prefiere hacerlo de una forma un tanto increíble (¿qué harán noventa y siete publicistas, además todos neoyorquinos, metidos juntos en un hotel?); como si quisiera dejar bien marcada la frontera entre nuestra vida cotidiana y el relato fantástico que da comienzo. El nueve y el siete no son números cualesquiera, cogidos al azar; su elección es cuidadosa: pertenecen a la tradición mística y mágica. Además, tanto en la versión original como en la traducción en castellano, suena mucho mejor “noventa y siete” que, por ejemplo, “noventa y seis”, que hace que se nos trabe la lengua al leer toda la frase, o “noventa y ocho”, que se nos atraganta.
En fin, después de esta miniatura de análisis, dejamos de lado la lupa y nos alejamos del cuadro para tener una visión de conjunto. Vimos que el cuento está perfectamente equilibrado en dos partes: La primera, tiene la función de crear un clímax, que la segunda parte desarrolla hasta el desenlace. Una madre y su hija hablan del marido de esta última, el señor Glass, en unos términos que nos van metiendo miedo en el cuerpo. No sólo el contenido de la conversación, con la preocupación de la madre por su hija, sino también la forma, con una agobiante abundancia de repeticiones y puntos suspensivos, nos van acongojando, dejándonos así listos para la segunda parte, cuando nos encontramos al señor Glass, que a estas alturas sabemos ya que tiene algún tipo de insania mental, tumbado en la playa, ¡con el albornoz puesto!, algo que tampoco nos parece muy normal, y ¡en compañía de una niña!
El señor Glass comenta lo bonito que es el bañador azul de la niña (¿qué importa que en realidad no sea azul sino amarillo?, ¿qué otra cosa se podría esperar de un loco?), pide a la niña que se acerque un poco más, le dice que está muy guapa, la coge por los tobillos. Pero, por Dios, ¿qué le va a hacer? De momento, proponerle que se metan los dos juntos en el agua y vayan en busca de un pez plátano. ¡Que perversas connotaciones cobra a estas alturas de la historia ese extraño pez que da título al cuento! ¿Un qué?, pregunta la niña. Un pez plátano, insiste el señor Glass desprendiéndose de su albornoz. En fin, mientras se dirigen al mar, el escritor no escamotea detalles sobre la inocencia de la niña, dando saltitos a la pata coja y hablando de lo que hablan los niños más inocentes. Y vuelve el pez plátano, con más detalles escabrosos. En el clímax del cuento, el señor Glass le explica a la niña las extrañas costumbres de esos peces, que entran en un pozo lleno de plátanos y una vez dentro se portan como cerdos: comen tantos, engordan tanto, que después ya no pueden salir. ¿Hay todavía quien dude de que estamos siendo testigos de la violación de un pederasta? Por suerte, finalmente no le pasa nada a la niña. Pero antes de terminar el cuento aún nos espera algún susto. El loco vuelve al hotel y encuentra a su mujer dormida, tendida en la cama, indefensa. Busca una pistola y… ¡se mata! El típico final sorpresivo de un prototipo del cuento anglosajón contemporáneo.
J. D. Salinger (1919-2010) |
Para celebrar el primer aniversario del Club de Lectura, en la próxima sesión, el jueves 24 de enero, como siempre a las 20:15, leeremos un cuento de uno de los contertulios habituales. Como siempre, puede venir quienquiera, aunque sea por primera vez. Hablaremos, también como siempre, de literatura, aunque en esta ocasión el relato sea de uno de los nuestros.
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