ACTO ÚNICO
(El escenario se ilumina tenuemente, con apenas attrezzo, mientras suena una trágica música. Entra en escena un chico, no supera la veintena. Camina con los hombros caídos y la mirada perdida.)
Marx: (Pregunta en voz alta, como si reflexionase, aún con la mirada perdida.) ¿Habéis llorado alguna vez? (Mira ahora al público y alza la voz.) Tú, ¿has llorado? (Mantiene la mirada, con tensión.)
(Sus elegantes ropas de fiesta han perdido su porte, se arrugan y le confieren un aspecto descuidado y triste; en la mano lleva una botella de ron a medias a la que da tragos largos entre unas frases y otras.)
Marx: Yo sí. (Avanza un paso, tropieza, cae y se queda sentado en el suelo. Vuelve la mirada ausente con miedo.) He llorado tantas veces, que podría hacer un río sólo con mis lágrimas, un río que desembocaría en las de ella, en su mar de lágrimas. Somos dos sufridores condenados a perdernos.
(Aparece ella. Él no la mira. La chica avanza con paso decidido y se acerca a él.)
Carina: ¿Preguntabas por lágrimas? ¿Hablabas de llorar? Yo también he llorado; sí, he llorado. No me mires así, pues tú ya lo sabías. Sabes que he llorado por amor. (Se acerca a él por detrás, se agacha y le abraza por la espalda. Sus miradas se cruzan. Él no consigue mantenerla y termina bajándola.) Mírame.
Marx: Yo he llorado por desamor, porque he visto cómo te ibas de mi lado. (Ella le hace callar poniendo su dedo sobre los labios de él.)
Carina: Llorar de amor supera mil veces a las lágrimas de desamor. (Mira al frente, evocando sus recuerdos.) Despertar al lado del que amas, ver sus ojos cerrados y en calma, levantarte lentamente para no despertarle, darte la vuelta y que coja tu mano, te empuje hacia él y que te bese con un «Buenos días, princesa». Mirarle a los ojos y desear quedarte en ese instante para siempre. Cuando no necesitas tenerle a tu lado a cada segundo para sentirle, cuando eres capaz de amar cada uno de sus defectos, cuando te enamoran sus manías y la forma en que se toca el labio inferior cuando está preocupado. No te hace falta nada más; en sus brazos olvidas el mundo y nuestras miradas crean un lugar nuevo al que sólo sabemos entrar él y yo. (Se ha levantado y termina de pie, frente al público.)
(Entra por un lateral un chico, despeinado y de cara pícara. Rompe el silencio que se ha creado con su risa.)
Luca: Ahora que me acuerdo, aquella vez en el parque, todos sentados y hablando tranquilos. ¿Recuerdas aquel día? (No espera la respuesta, sigue hablando entre risas, sin ser consciente de la escena que tenía lugar segundos antes.) Seguramente no, pasamos todos los días igual en aquel viejo parque destartalado, de columpios rotos y balancines chirriantes. Pero el día del que hablo fue especial… ¡y vaya que sí lo fue! La primera vez que lloré de risa, nada más y nada menos, a esa vez la seguirían más lágrimas, pero ningunas como aquéllas. De repente, te levantaste, cogiste dos palos del árbol y me ofreciste uno para batirnos en duelo, como si fuéramos caballeros. (Recrea la batalla imaginaria.) Todos animaban y cogiste valor, quizás demasiado (Sigue riendo.) Te subiste a la baranda y desde ahí me gritaste: «Ha llegado tu fin, cruel caballero…». Y seguidamente te lanzaste a por mí. Yo me aparté y rodaste por el suelo dando vueltas varios metros. Corrí detrás de ti y me tiré a tu lado. No parabas de reírte —para evitar el dolor, supongo— y yo no conseguía contenerme tampoco. Reímos como nunca. Me sentía un niño. Las risas de los demás me animaban a seguir y, entonces ocurrió: unas lágrimas rodaron por mis mejillas. No me las enjuagué, no me daba vergüenza ni tristeza alguna llorar; quería que todos vieran cómo también se puede llorar de felicidad.
(Sale, coge dos palos y ofrece uno a su amigo, que lo acepta, lo mira y lo suelta a su lado. Él se sienta en el otro extremo del escenario esperando alguna reacción, que no llega.)
Carina: Son las lágrimas de oro; ésas de las que hablas. (Se aleja del centro. Al pasar al lado de Marx, le acaricia la mejilla y continúa hasta el extremo del escenario, donde se queda de pie.)
Marx: (La sigue con la mirada triste.) Duele, cuando se va de tu lado. (Pausa.) Empiezas a extrañar sus caricias, no sabes vivir sin ella, se rompe tu rutina, ya por las tardes no la tienes a tu lado contándote anécdotas y haciéndote reír. Y es que ahora no hay risas, sólo quedan ecos. Entonces lloras, porque sabes que no te ama; no puede hacerlo. Y, sin embargo, tú la adoras. Es en ese momento cuando hace daño; entiendes el significado de «No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes», y no puedes evitar llorar sintiendo pena de tu estupidez por dejarla marchar. Llorar por darte cuenta de que tienes que olvidar; ella ya lo ha hecho, y sufres por sentir desamor, por sentir el rechazo venir hacia ti de aquella a la que has entregado tus sentimientos.
(Se encuentran en escena los tres, pero es como si estuvieran solos; no se relacionan entre sí. Carina se queda en un lado de pie. Luca se mantiene sentado en el suelo. Marx continúa en el centro del escenario, ahora de rodillas, con la cara entre las manos al terminar de hablar. Es entonces cuando aparece Javi; entra con prisa, cruza el escenario y comienza hablar.)
Javi: No puedo. Siento dentro de mí que no puedo hacerlo. No voy a darle más vueltas. Me rendiré; lo siento por la editorial y lo siento por todo, pero es que no me salen las palabras, se esfuman cuando estoy a punto de alcanzarlas. ¡No puedo! Es demasiado para mí. Todo esto me supera, me estresa, me bloquea… No me sirve en absoluto. Llorar ni siquiera me alivia, me vacía aún más. Lloro de frustración al darme cuenta de que no soy capaz de ayudarme a mí mismo.
Marx: (Con una neutralidad que contrasta con la frustración del otro.) ¿Qué ha pasado?
Javi: Que he decidido dejarlo. Eso ha pasado. Que me han pedido que escriba otro libro y no puedo. No puedo repetir lo mismo dos veces, ya dije todo lo que quería decir. ¿Por qué me piden más? No lo entienden, ya no tengo más. Me quedaré sin trabajo, sin dinero… ¡Me da igual! Ya me he quedado sin imaginación ni sentimientos. ¡Qué más da que se lleven también lo que tengo para vivir! Sin historias no hay vida. (Se derrumba sobre el suelo, inconsciente. Los demás ni siquiera lo miran. Silencio. Entra Laura; lleva puntas de ballet y viste de bailarina contemporánea; sonríe.)
Laura: Marx, lo he conseguido. Mi grupo y yo hemos llegado a la final. ¡Lo hemos logrado!
Marx: Confiaba en que lo haríais. Me alegro mucho. (Neutro una vez más, habla automáticamente, sin sentimiento.)
Laura: No podía con los nervios antes de la actuación. Sabía que el trabajo duro y la confianza en mi grupo darían sus resultados, pero no estaba segura de que fuera suficiente… Pero después de salir al escenario, todas esas dudas se disiparon, sentimos juntas la música y nos movimos a su compás convirtiendo nuestros pasos en danza. Hubo un momento en el que las miré a todas y me sentí parte de ellas. Realmente orgullosa por pasar mi tiempo con ellas, por lograr cosas nuevas con ellas y, sobre todo, por trabajar, hombro con hombro, con ellas. Cuando me di cuenta, estaba llorando. Llorando de orgullo, de satisfacción por lo que estábamos logrando. Fue mágico.
(Comienza a sonar la música. Laura levanta la vista y comienza a bailar. Va bajando paulatinamente el volumen y, con él, disminuye el ritmo del baile de Laura, que termina de espaldas. Marx se ha levantado y aplaude. Oscuro. Desaparecen en la oscuridad todos excepto Marx, que continúa en el centro aún aplaudiendo. Tras un momento mira a su alrededor y es consciente de que no hay nadie más, que han desaparecido todos.)
Marx: (Mira a su alrededor, buscando a aquéllos que, en realidad, nunca han estado allí. Cae en la cuenta y mira su botella acusadoramente. Ahora sabe la verdad.) No voy a seguir negando lo evidente. Es demasiado tarde para echarse atrás, estoy solo. Acompañado de recuerdos, eso sí. Pero recuerdos inútiles al fin y al cabo; no me pueden consolar con caricias si sufro, ni darme un abrazo para celebrar conmigo mi alegría. ¿De qué me sirve tener ojos si no tengo a quién mirar? ¿De qué me sirve tener brazos si no puedo tocar a nadie? Soy inútil aquí, no hago falta. Podría desaparecer ahora mismo, igual que mis espejismos, y el mundo seguiría girando igual. (Ha contenido una gran emoción, pero ahora se derrumba; baja la mirada y llora.) Ya me voy, aquí no tengo nada más que hacer. Pero, antes, sólo una cosa más. (Levanta la mirada hacia el público y habla como quien revela una verdad escondida.)
Respondo a mi pregunta del comienzo: —Sí, habéis llorado. Unos más que otros, todos por distintos motivos y en diferentes momentos. A veces de amor, otras de odio. Y no desapruebo que lo hagan, yo mismo he llorado; pero ahora recuerdo, quizás demasiado tarde, una verdad que oí hace tiempo y quiero compartir con ustedes: «Nunca llores de soledad, porque entonces nadie secará tus lágrimas». (Baja la cabeza, suena música mientras se apagan las luces lentamente. Oscuro.)
Nazara Hernández González
Primer premio en la categoría Juvenil
28 Concurso de Obras de Teatro escritas por Niños y Jóvenes
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